Que las formas florezcan y resuciten exhaustas (tras su consideración en, por el color, los colores) y se queden prendidas de las telas, la madera y la mente de los observadores
(que deben sin darse cuenta volverse las plantas prehistóricas de las que provienen, de las que provenimos todos) no implica una experiencia fácil: están obligadas las miradas a
sobrevolar el espacio que las separa de los bloques de madera, observar la minuciosidad o el pequeño estallido del que están hechas sobre la tela o el papel y, al mismo tiempo,
en el fondo y en la superficie, los detalles de esas pequeñas matas oscuras, hojas diseminadas, tallos reverdecidos, flores aparentemente planas y marchitas, escudriñar en su
imaginación qué imágenes considera finas o aisladas, infantiles, purificadas o diseminadas en sus experiencias más suaves e infantiles.
En estas “observaciones” radica el juego de Esmeralda Torres: los diseños y materialización de sus obras tiene mucho que ver con las “camas” de madera y bases de papel
que ha construido de antemano: hay una dimensión anterior (forjada en la naturaleza de los papeles, la madera, las arrugas o las manchas de los objetos) en la que Esmeralda pre-dice
y nos obliga a viajar en dirección de ese punto exacto de la flor, la mancha, las leves hojitas oscuras, vegetaciones que parecen seguir germinándose a sí mismas,
frutas soñadas de antemano, tallitos, detalles, plantitas, lianas, minúsculas culebritas…: todo eso vemos en las “obras”, espacios y dimensiones que, creemos, siguen siendo
(tras su sometimiento al juego y la apariencia) puras, infantiles, o sencillamente fáciles de asir o de comprender. Hay colores y una vegetación sinuosa y reverberante, o bien
un acercamiento visual plano, unidimensional, como lo son algunas de nuestras observaciones y nuestros sueños. Así “juega” con las formas Esmeralda.
Pero allí se halla depositado el peligro mayor: tenemos que seguir viendo, analizando, descubriendo qué se oculta detrás de esas sencillas formas vegetales, frutas inmóviles,
sensaciones abiertas al escrutinio. Si uno se queda observando una sola forma, objeto, vegetal o fruto aislado nos remitimos ineludiblemente, vía el color y los tonos de exposición
del “objeto”, a esas maniobras o etapas que Esmeralda fue urdiendo, suponiendo, superponiendo fuera del tiempo y del espacio, desde su mente hasta la “obra”, desde su imaginación
y sus búsquedas en dirección de un cuadro-obra-objeto-recuerdo de sus propias manos y ojos, mezclando superficies e inventando procesos y procedimientos, sencillos, sí,
pero llenos de un ineludible interrogatorio multidimensional: algunas manchas se desprenden y vuelan, rasgos que levitan, florecillas que se “enfilan” y enumeran a sí mismas, puntos
y rayas en movimiento: se hunden o evaporan. Por todo esto las obras de Esmeralda no son, afortunadamente, ingenuas o inocentes.
La tranquilidad, en los “cuadros” de Esmeralda, asemeja viajes por las ideas sucesivas que cada observador (ducho) ha llevado a cabo por sus edades mentales. Cerebral vegetación
en el tiempo y en el espacio. Cada detalle, mata, insecto, mancha o forma se aísla y la emprende de nuevo en cada viaje que plantea Esmeralda en cada cuadro. Aprendemos a percibir
algo nuevo en estos cuadros. ¿Las formas retoñan dentro de las obras? Resulta difícil saberlo si no las vemos y las viajamos. De ahí que resulten singulares y atractivas. Únicas.